Pasaron varios dĂas y lo echĂ© de menos. Entre una cosa y otra, se me olvidĂł llamarle. Finalmente, consigo un espacio y me digo: "Coño, dĂ©jame llamar a Al que hace dĂas no lo veo". La llamada no completĂł.
DespuĂ©s de la Ăşltima sonada, la grabadora me dijo en inglĂ©s que la llamada no se podĂa completar porque el destinatario no se encontraba en el mismo paĂs. Primera vez que escucho un mensaje asĂ. Me dije: "Ah, bueno, estará de vacaciones en MĂ©xico". No podĂa imaginar lo que realmente habĂa pasado.
ConocĂ a Al un dĂa asĂ de la nada, en la tienda. Al principio parecĂa un cliente más, pero su vibra me decĂa que era buena persona. Rápidamente conectamos y comenzamos a ayudarnos mutuamente. Entre llamadas para hacer Ăłrdenes y visitas a futuros proyectos, pasĂł de ser un cliente nuevo a convertirse en mi segundo cliente más importante. Su profesionalismo era evidente: cada proyecto lo abordaba con atenciĂłn, Ă©tica y paciencia.
Dentro de la industria, su Ă©tica de trabajo lo hacĂa destacar. "Las cosas se hacen como se deben", me dijo una vez. Incansable, atento, callado y observador, su trabajo hablaba por Ă©l. Y más allá de lo laboral, su humanidad se sentĂa en cada interacciĂłn. Una vez me pidiĂł un favor sencillo, y no dudĂ© en dárselo. CaminĂ© casi media hora despuĂ©s, pero no me importĂł: ya no lo veĂa solo como cliente, sino como amigo.
Dejé que pasaran las horas y volvà a llamarle. Esta vez la llamada entró.
—"DĂmelo, Al, ÂżquĂ© pasa? ÂżTodo bien?"
—"Pues aquà no más… la verdad no están bien las cosas".
—"¿Qué pasó, brother? Cuéntame".
—"No… ya no más, brother. Me atraparon la semana pasada".
Una corriente de agua frĂa me recorriĂł la espalda. La voz de Al, normalmente firme, estaba quebrantada. Me contĂł que pasĂł tres dĂas detenido antes de ser enviado a su lugar de origen, en el sur de MĂ©xico. "AllĂ habĂa de todo: mexicanos, cubanos, puertorriqueños, salvadoreños… Es triste ver cĂłmo nos tratan, como si fuĂ©ramos animales", me dijo. Sus palabras iban llenas de miedo, frustraciĂłn y cansancio. Cada frase era un recordatorio de que, lejos de los titulares de noticias o videos virales, las personas detrás de las redadas son seres humanos con familias, sueños y vidas rotas de un momento a otro.
Su voz repetĂa: "Ya no más". Y yo, entre la confusiĂłn, solo podĂa escuchar y tratar de entender. AquĂ, lejos, le esperan sus hijos, su esposa… su vida. No es lo mismo leerlo, verlo en videos o escuchar rumores sobre redadas; vivirlo cambia todo. Entre los mismos migrantes, se apoyan, se alertan, se ayudan a sobrevivir. Pero la injusticia sigue siendo evidente, dolorosa, silenciosa para quienes no la viven de cerca. Historias como la de Al deberĂan movernos, hacernos reflexionar sobre la humanidad que estamos perdiendo al tratar a las personas como nĂşmeros y no como seres humanos.
No me quitaron a un "alien ilegal", como le hacen llamar; me quitaron a un buen padre, proveedor y más que todo, un amigo. Su ausencia deja un vacĂo imposible de llenar, y la impotencia de no poder hacer más se siente tan pesada como el silencio que quedĂł despuĂ©s de la llamada.
Espero que esa llamada completada no se convierta en una sin destino. Te esperamos acá, Al, ojalá esta vez para siempre. Porque detrás de cada historia de deportaciĂłn hay vidas que importan, familias que sufren y amistades que no deberĂan romperse asĂ, sin aviso y sin justicia.
No estoy aquĂ para debatir si está bien o está mal. Si polĂticamemte es correcto o no. Estoy aquĂ para más bien expresar lo terrible que se siente. La verdad es que humanamente, nos hemos perdido. Mientras seamos ciegos, el sistema seguirá creando divisiĂłn entre nosotros, y lo que quedará será la huella histĂłrica de la más grandes vergĂĽenzas.
*El nombre de la persona fue abreviado por respeto a su persona y familia.

Unos me apodan el "Luis Lloréns de la Nueva"; otros me conocen por mi amor a la chuleta frita.
Omar González

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